La fotografía estereoscópica permite crear la ilusión de profundidad en una imagen a partir de dos imágenes bidimensionales que se han obtenido con un pequeño desplazamiento horizontal, similar a la forma en la que captamos la realidad. Nuestros ojos están separados uno del otro, aproximadamente, 65 mm, por lo que cada ojo ve una imagen. Es el cerebro el que se encarga de mezclar las dos imágenes creando el efecto de profundidad calculando la distancia a la que se encuentran los objetos mediante la técnica del paralaje
Así, una forma sencilla de conseguir fotografías tridimensionales 3D es realizando dos imágenes, separadas horizontalmente la distancia entre nuestros ojos. Si no contamos con una cámara especial con dos objetivos o con dos cámaras iguales unidas con disparo sincronizado podemos usar nuestra cámara habitual desplazándola lateralmente para la segunda foto. El primer sistema permite tomar fotografías a partir de 1’5 metros, mientras que el segundo es para paisajes, a partir de 3 metros.
Nuestro sistema, más rudimentario, se puede emplear para elementos estáticos o paisajes lejanos, en los que los cambios entre las dos fotografías sean prácticamente imperceptibles.
Las variaciones verticales son indiferentes en lo que respecta a creación de sensación de volumen (a no ser que esta diferencia sea demasiado grande, en cuyo caso crearían visión doble o desorientación). Solo las variaciones horizontales, producidas por la diferente ubicación de los ojos, resultan en sensación de profundidad.
Para que el cerebro codifique la imagen que corresponde a cada ojo por su diferente paralaje, produciéndose entonces el efecto de profundidad, debemos utilizar un visor anaglifo, o unas gafas especiales polarizadas.
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